
Tres pares de zapatos, una chamarra, una cartera muy linda... cada cosa con su dosis de polvo. Siempre he considerado la vejez como un estado de madurez e imaginé los últimos años del difunto con la soltura en un mundo personal (en una vida diaria) que sólo la experiencia puede dar... y recibí los objetos con gusto, pensando en cómo adecuarlos para mí. Pero la mejor parte de la historia es que otra vez, como hace tantos años no pasaba, quise ser grande, como cuando niño... Y, ¿sabes?, no me molesta que los épsilons (los niños) me señalen con el dedo a sus madres y les digan: mamá, mira el señor... ¿Cómo no sentirse joven?
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