Cuaderno de sentimientos diabólicos
varios, propios y ajenos,
en este constante pedalear por la vida...



27 ene 2011

Maurice Ravel

Ponlo en la charola, haz que se guarde en el aparato, échalo a andar. Siéntate, apaga las luces (a nadie hay que pedir permiso para ello, estás a solas y él no ha llegado a tus oídos). Ajusta el volumen, cierra los ojos. Escucha. Tan solo escucha. Vienen no sé desde dónde las imágenes: un trozo de imaginación húmedo (es decir, la lluvia) sobre árboles perennes en la ladera del cerro, cada hoja y rama recibiendo pacientemente sus gotas de agua; ese perfume inconfundible de la tierra mojada... Los recuerdos: la ventana enorme de mis 16 años, la tarde hermosa y fría, el pegamento que la une a El Cuaderno Gris de Joseph Pla, la pregunta que me hice al leerlo: ¿dónde estaré, qué pensaré, a los 20 años?... La orquesta completa recitando el Bolero me regresa a los 25 y me sitúa de nuevo, como al principio, en este sillón. Pavana para una infanta difunta y pienso en él: ¿cómo alguien puede construir música tan hermosa?

Maurice Ravel, "maestro de la orquestación, meticuloso artesano, perfección formal sin dejar de ser al mismo tiempo profundamente humano y expresivo", última parte ésta en cursivas que me impresionó. Y es que así versaba en la pantalla de la computadora al seguir mis dedos, muy juntito, a mi curiosidad lo que había detrás de su nombre. Perfección formal: ¡qué bonito!... humano y expresivo: ¡sublime! Me dio por revisar el estereotipo de la persona en la que quiero convertirme y sí, los adjetivos me vienen bien: formal, humano, expresivo. Me gusta. Cavilaciones muy oportunas para este momento de mi vida, en que tengo sentimientos encontrados, problema para el que aún tengo tiempo. Otra vez: formal, humano, expresivo... Bien decía yo que no en vano me gustaba tanto escuchar a Ravel.

Música con patrones que me acomodan, que me hacen bien.

Déjenme decirme a solas: ¡quién fuera Ravel!

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