Cuaderno de sentimientos diabólicos
varios, propios y ajenos,
en este constante pedalear por la vida...



10 may 2013

Viernes social


Los sentimientos fugaces, los que surgen y pronto se evaporan en el viento. Ésos, los que no perduran. Es común tenerlos aquí el viernes. El viernes, en que la liberación del espíritu (quiero pensarlo de ese modo) es ajonjolí de todos los moles, porque muchos salen del negocio, de la escuela, del oficio o inician otra parranda... Hoy es día para alegrarse, para aventar el uniforme, el saco, los tacones, la falda o el traje, soltarse el pelo o peinarse... Salen a las calles y se agolpan unos con otros, pero nadie se ofende: es viernes. Es viernes, ¡a comer!, salimos del trabajo, ¡a bailar!... ¡gracias a Dios es viernes!... a beber o a besar... a caminarse uno junto a su pareja, a los hijos (los hijos que a ratos caminamos el mismo sendero que los padres)... la tarde romanticona, ¡por fin es viernes!

En casa, en la pequeña ciudad en que nací, los viernes eran un día más de trabajo. De ahí me sorpresa por los viernes de las otras personas en las otras ciudades: el viernes podía pensarse de otro modo. La soledad, entonces, le hacía a uno travesuras y desde hace tiempo sufro los viernes. Los sufro al salir de la escuela, al no ser yo parte de esa masa amorfa y jubilosa en las calles. Aumentando el peso en los hombros, sale a mi encuentro en cada esquina, con todo y su vestido de fiesta, su zapato boleado... en las subidas.

(Le digo bajito: hay que beber chocolate, porque los viernes es más amargo el café.)

Es por éso que hoy no subiré a mi habitación, no a la mesa con los libros en que reposan las madrugadas los ojos. No sufriré este viernes, este viernes no. Hoy dejaré de ser el observador del estanque y, desnudo, me lanzaré a él... voy a incluirme en las masas amorfas que sonríen. ¡Al demonio las elecciones propias!, al diablo este pensarse diferente. Hoy me echo un clavado en el viernes.

Viernes: ¡ahí te voy!

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