
Esta tarde de viernes no quiero saber de nadie. Volví a raparme la cabeza, limpié de barba mi rostro (la poca que tengo) y, como lo he hecho siempre, perfumé mi cuerpo y planché la camisa y el pantalón, pero ahora con toda la parsimonia que un día libre de trabajo me ha permitido. Se equivoca si piensa que buscaré la compañía de una mujer, que persigo el calor de mis amigos o el fulgor de una cerveza. Esta tarde no quiero saber de ese ser, aunque maravilloso, con espinas (sí, la mujer); no quiero festejos, ni compañías inútiles, ni conversaciones estúpidas... hace mucho que no quiero saber de todo ello. Hoy sólo quiero mi soledad, quiero un café cargado y vaporoso, una cortina de alquitrán, la paz de la tarde y mi soledad. Quiero mi soledad, que las ropas y el perfume los traigo yo, que la libertad de este 'tiempo libre' es mía, que es mío este rostro que ha de acariciar el viento de esta tarde. Para mí será esta tarde... y para estas manos vacías, limpias, que aunque jóvenes, sabias y sigilosas, fuertes y vulnerables, llenas de recuerdos de rostros, de lugares, humedades de lágrimas y saben escribir. Hoy, ahora, voy a ser dos personas: yo, el que observa, y yo, la tarde.
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