Cuaderno de sentimientos diabólicos
varios, propios y ajenos,
en este constante pedalear por la vida...



9 oct 2011

Buenas noches

Buenas noches. Ah, no, con signos de admiración: ¡buenas noches! Hablando sólo de buenos sentimientos (los que no hacen daño a nadie), siempre da gusto dar las buenas noches. Sea de viva voz, de frente, al teléfono, de pasadita o de beso... Así se despide uno en la oscuridad, bajo una lámpara incandescente, entre dos, entre muchos, a solas. Buenas noches: el deseo de siempre otorgado con humanidad, por cortesía, ¿por educación?, porque se aprecia... o porque simplemente (o alegremente) se le desean al otro (a uno) buenas noches.

Así es que usted se ha despedido de mí: buenas noches (no es raro pensar en ello, viene cayendo desde quién sabe dónde, hoy, aquí, la noche). Buenas noches. Y yo pienso en la pequeña (pequeñita, chiquitita) ansiedad que me deja su ausencia... y coloco mi pensamiento entre los dos: señorita (desconocida y linda señorita), buenas noches.

Me voy todo el camino pensándole (uno gusta en pensarle, ya que idealizar no es bueno, no la idealizo), saboreando las deseadas, las otorgadas, buenas noches. Porque después de hallarla uno tiene buenas noches, yo quiero verle, hablarle, usar muchos verbos para nuestras acciones, conocerle mediante la palabra, robarme su brazo, señorita, observarla mientras camina, mezclar las aguas de nuestros ríos, ¿llegar juntos al mar?... transitar por aquí (por allá) a su lado, pues. Quiero hacer algo (hacerlo todo) para que me abra la puerta de su vida, templar su corazón, treparme al balcón de las imágenes que tienen sus ojos todos los días... serle de apoyo (cuando lo necesite), dejarla ser. Y después, quizás, hurgar en su pecho, anclarla en el mío, porque vaya dándose cuenta (y porque podemos, porque nos gusta construir) que ya somos más que su nombre y mi tinta con un número telefónico en una servilleta.

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