Sí, debo comenzar por el problema: ¿hacia dónde voy? Difícil cuestión si uno se refiere al destino en su propia vida (porque le cerré la ventana a los dioses, a los santos y a la política, me quedé con con mi conciencia; no tengo más que esta vida). "Somos el tiempo que nos queda", me mostró Romeo en una canción de hip-hop. Menester de mi alma saber si el camino me gusta, si estoy bien aquí. Preguntas existenciales de los 26 años... contemplación de las decisiones ya tomadas que han de dirigir a uno por su vida, situaciones en donde no puede volverse atrás. Ya no.
Hablo de la Matemática y todo alrededor. Hablo de ser feliz con ella. Dará de comer, eso es cierto. Dará satisfacción, sentimiento de fortaleza del músculo cansado. El método (la solución) es el amor. Amor por lo que uno hace. Amar de todo ese chisme un algo, cuidarlo, alimentarlo, verlo crecer... y amasar uno mismo su amor. Amor. Amar todo eso y volverse loco, cachetear la banqueta por los números. Amarlo todo, pero amarlo bien. ¡Con entusiasmo, caray! Mantenerse, así, joven, jovial, enérgico. Hacer uno en esta vida con ello algo extraordinario. (Fíjese, mi estimado, que por ello hay necesidad de amarse a sí mismo.)
Y vivir, vivir uno su vida, que se hace tarde.

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