Yo, a solas... el viento en la pradera, hacia donde señalan los dedos, los índices... y el sol incauto sobre todas las cosas. Frente a este paisaje, la cañada (el Cuévano de Ibargüengoitia), volando se llevó mi corazón sin decir palabra. Y entre manos café, cansancio y ya no sé... ¿una promesa de amor?... las ramitas de los arbustos haciéndose así y así, pegando alaridos cuando entre olores pasa el viento y les enfría. La camisa ensanchándose, mis ojos cerrando su pupila para enfocar más lejos, la vista, hacia el horizonte. ¿Es ésto para mí?, ¿cuántos ratos más como éste me harán falta? No sufro ni me alegro con éste, mi trabajo, y en las horas de fatiga y hastío me quedo como el agua de la tina en que mamá me bañaba, al aire libre, quieto, en calma. Vuelvo a los libros, porque no hay otro remedio, porque estudiar quería el nene (yo), porque la voluntad es grande... ya que el papalote de mi corazón ha vuelto.
Es bueno que nos sacuda el aire, viento por los ojos, estiramiento de huesos. Vamos a seguir, latente señor de rojo, en la noche me ocupo de usted.

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