Cuaderno de sentimientos diabólicos
varios, propios y ajenos,
en este constante pedalear por la vida...



25 abr 2013

Cello, piano y violín

¿Cómo reír el llanto? El llanto que se presume insípido, pero sabe amargo... que le sube a uno por un pulmón, hace estallar los ojos y se aloja como mala yerba, trepa el alma de uno, perfora el corazón como gusano, le pudre, le envejece, le arruga, le destiempla... ¡veneno! Y no puede sentir ya el frío o el calor, le embarra la sal del sudor, del cansancio surgido en vano, le escupió la entrada (la sal, que es el mal agüero, premonición de desgracias, escoba detrás de la puerta).

Quisiera reírme, pero me voy; quiero morirme, que el suelo negro en sus entrañas me guarde, salgan hacia ella como raíces mis las entrañas de un tirón, que así me duerma... velar yo mismo el sueño de mis ojos 5 años y despertar. Evaporarme. Llover con las nubes este abril y por todas partes esparcirme. Ser gota de rocío, hervir con el sol y volver al cielo. Quisiera reírme, que no llorar, pero no puedo. 

Y no es posible, me digo, que ya no tenga lágrimas qué reír, no más buena cara al mal tiempo. Ya no las
tiene tampoco mi tristeza. Y siento, duele el pecho del aún existo, del sigo siendo carne, hueso que en polvo ha de volver a la tierra. 

Y los porqués, las razones, los malditos profundos pensamientos. Vuelvo de la calle hasta mi cama, sin moverme de aquí, y sigo despierto. La flor que yo tenía se secó en la maceta, la tierra se agrietó en cada jardín y no creo en los milagros como para pensar en su resurrección, o que vuelva. La flor dejó de ser flor, pedazos que el viento se lleva. Y la planta es mi alma en un cristal, viéndose a sí misma, sin tocarse, alma viéndose a través de ella, sin llanto se seca.

Me siento triste, tengo rabia, dolor: no puedo llorar. Me traigo, sentimientos sin tragar, un tumor en el pecho. Me bebo el agua y el café, me restriego los ojos (podría pararme de cabeza, exprimirme los pelos, picar con un alfiler el corazón), pero no puedo. Y lágrimas que no salen de ningún lado no se pueden reír, menos llorar, ni uno irse así, vapor de agua, al cielo. 

"Si al menos hubiese visto llover", pienso. Me busco en idea feliz, alguna felicidad en la que yo oía ladrar los perros... cello, piano y violín... ya no te quiero.

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