
Miré tu nombre en la computadora y cómo me alegró. Imagíname cargando el pesado costal de nuestros recuerdos: tus zapatitos de estambre, las mordiditas en la nariz cuando aún no sabías de palabras, cuando apenas me veían chiquititos, lejanos, asombrados, tus hermosos ojos; tu vestidito rojo y cuadriculado, el sombrerito blanco, ¡ese oyito que robaba la atención cuando sonreías! Canela en una olla hirviendo ha sido siempre tu piel y maravillados te llamamos (padre y hermanos) Negrita.
Pobrecita de ti que no tuviste estos ojos que supieron memorizarte y traerte conmigo. ¡Ay de tí, cachetona!, que no cargas la inquietud de ojos de todos esos hombres que cuando pasas deben voltearte a ver. ¡Ay de mí!, cuando al perseguir mi camino te nos hiciste mujer... y yo me lo perdí. ¡Ay de los dos!, cuando la vida ata tu corazón a la silla de tus arterias y nos hace llover.
Te he dicho miles de veces que a cada congoja de tu nombre (tu Alma) busques un espejo, que comprenderás así el desasosiego de los caminantes, que "le han de temer a la muerte después de haberte visto". Te he escrito varias rosas, te he guardado fotografías entre mis libros, me he escondido y perfumado los besos que me diste para tranquilizarme (así solito, vacío de ti) cuando no estás. He sufrido tu ausencia desde que me dijiste adiós en aquél camión y el egoísta viento me arrebató tu beso. Y hoy, al ver tu nombre me dio por escribirte, me dio por regalarte un poema en prosa, para esa (tu) mi alma, cuya única pena es no poderse ver.
Negrita preciosa, ¡te quiero!
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