Cuaderno de sentimientos diabólicos
varios, propios y ajenos,
en este constante pedalear por la vida...



30 ago 2011

El agravio del descuido, la levedad de la incomprensión

Esta noche me iré a la cama muy triste. Me dejó en este camino una persona que no sabe escuchar, que no es capaz de poner atención... y yo, intentando explicar, dándome a entender. La sabiduría popular es, permítaseme la redundancia, ¡sabia!: no hay peor sordo que el que no quiere oír. Y sería insensatez de parte mía seguir gastando mis energías y mi tiempo en hacerla escuchar. No quiere, no le importa. ¡Lástima!, a mí sí, pero ya no después de hoy.

Pecata minuta, escribir más no vale la pena.

No tiene importancia después de la extraña llamada que recibí hoy, con una noticia sobre otra persona a quien he descuidado... me dolió. Me dolieron la noticia y el descuido. Dolió muy en el hueso, ardió en la piel, fisuró el alma. Y por más que quisiera hacer, actuar, ser... todo se me escapa de las manos: no puedo controlar, no debo (además). Aquí echamos mano del optimismo y nos da por tene fe, mucha fe... fe en uno mismo, en que todo ha de salir bien. Esta noche traigo rota un ala del ánimo. Pero no será más que una gripa, un resfriado, sólo por esta noche. Soy fuerte (somos muy fuertes) y peores cosas hemos soportado.

Habrá de amanecer.

1 comentario:

  1. Existen dos clases de compasión. Una cobarde y sentimental que, en verdad, no es más que la impaciencia del corazón por liberarse lo antes posible de la emoción molesta que causa la desgracia ajena, aquella compasión que no es compasión verdadera, sino una forma instintiva de ahuyentar del alma propia la pena extraña. La otra, la única que importa, es la compasión no sentimental pero productiva, la que sabe lo que quiere y está dispuesta a compartir un sufrimiento hasta el límite de sus fuerzas y aún más allá de ese límite. - Impaciencia del corazón. Stefan Zweig

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