Cuaderno de sentimientos diabólicos
varios, propios y ajenos,
en este constante pedalear por la vida...



28 ago 2011

La casa vieja

Este lugar es hermoso, porque las casas ven con ojos y balcones el camino largo que empieza por su calle, porque han estado mirando mucho, porque no duermen, las paredes tienen historia... Y porque llueve, las casas, los empedrados, la prontitud de las calles se hallan de fiesta y su color es más fuerte. Las casas, con sus fachadas y sus techos y sus lumbres de farol todas las noches, se miran entre sí, se contemplan... y se parecen a las gentes. Las gentes que bajan por la calle, los niños y las muchachas... uno que otro burro distraído tras de su amo, pensando en su carga.

Y como siempre, después de tanto mirar, se piensa en sí mismo: "Este lugar es hermoso, porque las casas ven con ojos y balcones el camino largo que empieza por su calle." Era yo quien pensaba. Yo, que cuando cierro esta puerta por las mañanas soy parte de la gente, la que se ve bajar la calle... como el burro queriendo aligerar su carga.

Hoy coincidí a la salida con la vecina guapa, con la niña de 20 años que me mira de reojo al pasar por mi ventana. Y todo es muy bonito, caigo en la cuenta, porque olvidé el cristal de la nostalgia (hoy no miré ya tanto desde el cristal de la nostalgia) y es como querer un poco más vida, mirar desde el vidrio convexo del amor, amar las cosas, la gente y su interior, mi interior: arreglar uno su casa. Ver hacia adentro es observarse a sí mismo... y yo, después del viaje, después de los colores matinales lejos de casa, soy una casa vieja, otrora floreciente. Me lo explico: los vicios de la ciudad, el abandono hacia las situaciones (el trabajo nefasto, el hacer lo que uno no sueña ni quiere). Otro día se habrían visto bien mis habitaciones, iluminadas, frescas. Deben volver a ese estado. Debe uno tener amor (amor propio, amor por sí mismo, por su interior... uno es frágil). Porque el interior es la habitación, sitio y contexto, marco de referencia, teoría, el espacio donde uno posa los ojos cuando no ve hacia la ventana. Y arreglar uno su casa, también debe, ¿por qué no?


La primera* lluvia del año moja las calles,
abre el aire,
humedece mi sangre.
¡Me siento tan a gusto y tan triste, Tarumba,
viendo caer el agua desde quién sabe,
sobre tantos y tanto!
Ayúdame a mirar sin llorar,
ayúdame a llover yo mismo sobre mi corazón
para que crezca como la planta del chayote
o como la yerbabuena.
¡Amo tanto la luz adolescente
de esta mañana
y su tierna humedad!
¡Ayúdame, Tarumba, a no morirme,
a que el viento no desate mis hojas
ni me arranque de esta tierra alegre!

*Jaime Sabines, Tarumba (1956)

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