Como mucha gente antes, el viejo le dijo al joven: ¡claro que puedes!, debes intentarlo, seguir... bien puedes hacerlo, ¿no te das cuenta? El muchacho ni se inmutó, el comentario de hierbabuena soltó un color verde en sus ánimos (joven al fin) de agua caliente. Sonrió. Calló. Se despidieron.
El joven pensó para sí: si supiera lo pequeño que soy, lo chiquito que me veo en el espejo. El viejo, sintiéndose incomprendido, se dijo: si supiera de lo que es capaz. Pensó en Goethe, en el destino del hombre marcado por lo que considera de sí mismo.
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