la lluvia que cae al alba en el mar tranquilo, la aparición repentina de una mujer por una ventana abierta, los silencios, el meditar y la paciencia. Creo en mí mismo y la mayor parte de las veces no hago caso a lo que se dice de mí. [...]
Por supuesto, sé que estáis dispuestos a creer justo lo contrario siemplemente porque yo lo he dicho. Pero sois lo bastante inteligentes como para intuir que lo contrario de lo que digo no siempre es cierto y lo bastante sensibles como para sentir interés por todo lo que diga aunque no os convenza: sabéis que mi nombre, que aparece cincuenta y dos veces en el Sagrado Corán, es uno de los más recordados.
Muy bien, comencemos por el libro de Dios, por el Sagrado Corán. Todo lo que se dice allí sobre mí es verdad. Quiero que se sepa que al reconocerlo lo afirmo con toda modestia. Porque también está la cuestión del estilo. Las humillaciones del Sagrado Corán siempre me han producido un enorme dolor. Dicho dolor es mi manera de vivir. No lo discurro.
Sí, Dios creó al hombre ante nuestros ojos, los de los ángeles. Luego, de repente, nos pidió que nos postráramos ante él. Y, tal y como está escrito en la azora de Los Lugares Elevados, mientras todos los demás ángeles se postraban, yo me negué. Le recordé que Adán había sido creado de barro y yo de fuego, una materia muy superior, como todos sabéis. No me postré ante el hombre. Y Dios me consideró "soberbio".
-Desciende del Paraíso -me dijo-. No te corresponde a tí presumir de grandeza aquí.
-Permíteme que viva hasta el Día del Juicio, hasta la resurección de los muertos -le pedí.
Muy bien, comencemos por el libro de Dios, por el Sagrado Corán. Todo lo que se dice allí sobre mí es verdad. Quiero que se sepa que al reconocerlo lo afirmo con toda modestia. Porque también está la cuestión del estilo. Las humillaciones del Sagrado Corán siempre me han producido un enorme dolor. Dicho dolor es mi manera de vivir. No lo discurro.
Sí, Dios creó al hombre ante nuestros ojos, los de los ángeles. Luego, de repente, nos pidió que nos postráramos ante él. Y, tal y como está escrito en la azora de Los Lugares Elevados, mientras todos los demás ángeles se postraban, yo me negué. Le recordé que Adán había sido creado de barro y yo de fuego, una materia muy superior, como todos sabéis. No me postré ante el hombre. Y Dios me consideró "soberbio".
-Desciende del Paraíso -me dijo-. No te corresponde a tí presumir de grandeza aquí.
-Permíteme que viva hasta el Día del Juicio, hasta la resurección de los muertos -le pedí.
Me lo permitió. Y yo le prometí que durante todo ese tiempo me dedicaría a apartar del buen camino a la estirpe de Adán, quien fue la causa de mi castigo por no haberme postrado ante Él. Y Él me contestó que enviaría al Infierno a todos a los que yo apartara del buen camino. Sabéis que ambos seguimos cumpliendo nuestra palabra. No tengo demasiado que añadir a eso.
Algunos afirman que en aquel entonces el Altísimo Dios y yo llegamos a un acuerdo. Según dicha lógica, yo ayudo a poner a prueba a los siervos de Dios intentando tentarlos: los justos toman la decisión correcta y no se apartan del buen camino mientras que los malvados son vencidos por la carne, pecan y son enviados rápidamente al Infierno. Lo que hago es muy importante, porque si todos fueran al Paraíso nadie tendría miedo y los asuntos del mundo y el Estado no podrían seguir adelante basándose sólo en la virtud y además porque en este mundo el mal es tan necesario como el bien y el pecado lo es tanto como la piedad. Teniendo en cuenta que el orden de Dios se hace realidad gracias a mí y a Su permiso (¿por qué si no me habría concedido el vivir hasta el Día del Juicio?), el que se me tilde de malvado, el que nunca se me dé la razón, es mi dolor secreto. Los que han llevado hasta el fin, a mi modo de ver, esta lógica mía, [...] han llegado a concluir en sus escritos que, puesto que se realizan con el permiso y a petición de Dios, los pecados que hago cometer son en realidad cosas que Dios quiere que ocurran, que no existen el bien y el mal ya que todo procede de Dios, e incluso que yo soy parte de Dios.
Con toda la razón, algunos de estos inconscientes fueron quemados en la hoguera junto con sus libros. Porque, por supuesto, el bien y el mal existen y el trazar entre ambos una frontera es misión de todos nosotros; yo, gracias Le sean dadas, no soy Dios y no le metí en la cabeza a esos imbéciles todas esas tonterías, las pensaron ellos solos.
Esto me lleva a mi segunda queja: yo no soy el origen de todo el mal y todos los pecados del mundo. Muchos hombres pecan a causa de su ambición, su lujuria, su abulia, su bajeza y, en la mayor parte de los casos, su estupidez, sin que yo les provoque, engañe o tiente. El esfuerzo de algunos místicos leídos y escribidos de absolverme de todas las maldades es tan estúpido como ajeno al Sagrado Corán, de creer que de mí parten todos los males. Yo no tiento a cada frutero que tima al cliente vendiéndole tramposamente una manzana podrida, ni a cada niño que miente, ni a cada adulador, ni a cada viejo que tiene sueños indecentes, ni a cada muchacho que se masturba. Incluso, en estos dos últimos casos, ni el mismo Dios ve una maldad digna de que se mencione. Por supuesto, me esfuerzo en que se cometan pecados graves, pero algunos religiosos escriben que incluso engaño a los que bostezan con la boca abierta, a los que estornudan e incluso a los que se ventosean. Eso quiere decir que no me entienden en absoluto.
Pamuk, Orhan. Yo, el Diablo; en Me llamo Rojo.
Algunos afirman que en aquel entonces el Altísimo Dios y yo llegamos a un acuerdo. Según dicha lógica, yo ayudo a poner a prueba a los siervos de Dios intentando tentarlos: los justos toman la decisión correcta y no se apartan del buen camino mientras que los malvados son vencidos por la carne, pecan y son enviados rápidamente al Infierno. Lo que hago es muy importante, porque si todos fueran al Paraíso nadie tendría miedo y los asuntos del mundo y el Estado no podrían seguir adelante basándose sólo en la virtud y además porque en este mundo el mal es tan necesario como el bien y el pecado lo es tanto como la piedad. Teniendo en cuenta que el orden de Dios se hace realidad gracias a mí y a Su permiso (¿por qué si no me habría concedido el vivir hasta el Día del Juicio?), el que se me tilde de malvado, el que nunca se me dé la razón, es mi dolor secreto. Los que han llevado hasta el fin, a mi modo de ver, esta lógica mía, [...] han llegado a concluir en sus escritos que, puesto que se realizan con el permiso y a petición de Dios, los pecados que hago cometer son en realidad cosas que Dios quiere que ocurran, que no existen el bien y el mal ya que todo procede de Dios, e incluso que yo soy parte de Dios.
Con toda la razón, algunos de estos inconscientes fueron quemados en la hoguera junto con sus libros. Porque, por supuesto, el bien y el mal existen y el trazar entre ambos una frontera es misión de todos nosotros; yo, gracias Le sean dadas, no soy Dios y no le metí en la cabeza a esos imbéciles todas esas tonterías, las pensaron ellos solos.
Esto me lleva a mi segunda queja: yo no soy el origen de todo el mal y todos los pecados del mundo. Muchos hombres pecan a causa de su ambición, su lujuria, su abulia, su bajeza y, en la mayor parte de los casos, su estupidez, sin que yo les provoque, engañe o tiente. El esfuerzo de algunos místicos leídos y escribidos de absolverme de todas las maldades es tan estúpido como ajeno al Sagrado Corán, de creer que de mí parten todos los males. Yo no tiento a cada frutero que tima al cliente vendiéndole tramposamente una manzana podrida, ni a cada niño que miente, ni a cada adulador, ni a cada viejo que tiene sueños indecentes, ni a cada muchacho que se masturba. Incluso, en estos dos últimos casos, ni el mismo Dios ve una maldad digna de que se mencione. Por supuesto, me esfuerzo en que se cometan pecados graves, pero algunos religiosos escriben que incluso engaño a los que bostezan con la boca abierta, a los que estornudan e incluso a los que se ventosean. Eso quiere decir que no me entienden en absoluto.
Pamuk, Orhan. Yo, el Diablo; en Me llamo Rojo.
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