Sí, yo y la lluvia otra vez (el burro por delante, no me importa). Escribo para ella otra vez, esa lluvia suavecita, esponjocita, susurro al oído, tranquilidad, que en este mismo instante yace allá afuera... junto al airecito quieto, el mismo del que hablaba Gonzalo Celorio, cuando la explicación a su quietud era el sueño del aire, la razón por la que todo se quedaba callado, inmóvil, en silencio, para no despertarlo. Dormir es lo que hace el aire cuando no sopla, decía. Y, definitivamente, ésta es una tarde de mucha paz, en la que resbala toda la felicidad que me da la quietud, los ánimos resueltos, la paciencia y la Bossa Nova: un Eu sei que vou te amar, de Rosa Passos diría un diccionario sentimental al buscar la fecha y el día de esta tarde.
Cuando el plazo de dos años termine, seguramente voy a recordar esta habitación (tan mía ahora como mis lunares) completita, con su música, su aire y la empapada luz que se deja respirar. Un momento lejano ahora... lejano y lo dejo allá, que no me ha de molestar. Sólo quiero mirar y sentir... que ¡mira!, este viento comenzó a reír (quiero decir: a soplar), ¡que lástima que no son largos mis cabellos! No he de cubrirme... ¡enfríame viento feliz!, tu fresco aroma me hace feliz.
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