Tenía 3 caballos en el puño derecho, después de haber sacado la mano de la bolsa del pantalón. Tres pares de ojos lo veían desde las líneas en la palma de su mano y fue cuando sintió miedo. La luz de la ventana se filtraba por el vitral de colores, mientras uno de aquellos minúsculos animales desenfundaba los dientes y los hincaba tiernamente en su piel, pero no se alarmó... Miró su cama, sus repisas, la mesa, la lámpara, el sillón... todos aquellos sitios donde la luz rebotaba hacia el café de sus pupilas. Las cortinas se movían sigilosamente tras las caricias del viento, ése no sé qué olor a nada que traía consigo gotas de lluvia. Lo inquietó la ausencia de su madre, al tiempo que un trueno lo despertaba de aquél extraño sueño.
Ya en la vigilia, las cosas de su habitación seguían en el mismo lugar, con sus mismos colores... pero el pantalón no era beige, ni los caballos yacían en su puño derecho, ni el aire traía gotas de agua. La luz sí, seguía allí, tras las cortinas... y el frío le jugueteaba los cabellos a medida que se asomaba a ese mundo extensísimo de allá afuera (como lo es siempre para un niño de 5 años) que comenzaba con la ventana. Y más allá, cruzando los jazmines y los nardos, a dos sueños del enrejado negro de la puerta de calle, bajo el árbol azul del atardecer, estaba ella.... Un vestido morado, el cabello largo, el listón blanco en su cintura de ñiña. -¡Mamá, Almita se está mojando! Su sueño pareció predecir que llovería gotas tristes y penosas.
Mamá no respondió, ¿no habrá escuchado?, ¿habrá salido a la calle y me olvidó a solas en esta casa-universo? Dejó pronto este pensamiento su ser. ¡Cómo no habría de hacerlo!, Almita recibía las saetas de agua con los brazos abiertos, girando sobre su eje, entregando los largos y negros cabellos al sol que moría tras el cerro de don Belisario. -¡Mamá, Almita está triste! y un sentimiento de angustia lo embargó por completo. Allá arriba, más lejos que el techo, estaba gris, oscura la piel del cielo, las gotas aplastadas en el cristal. ¿Por qué Diego no fue tras ella?, ¿por qué no la llamó a su regazo? Su hermana estaba lejos, pensaba, podía intuirlo después de que Almita no escuchara sus gritos: ¡Manita, no te mojes, te vas a enfermar!... El viento egoísta guardó para sí sus palabras. No le quedó más que mirar, contemplar el cambio de color en las cosas del mundo, el verde hacerse más verde, el negro de la reja olvidar el óxido, el ladrillo del suelo devorar en su sed el líquido que recibía, el vestido de Alma color zarzarmora. Sintió el llanto viajar del corazón a los ojos... suspiró.
Dos parpadeos, restregados los ojos, el cristal helado, los vellos de sus brazos encrisparse. Hecho s a un lado sus cabellos de espiral, Diego creyó que la niña había desaparecido. -¡Mamá, Almita se volvió agua!... y entonces, el llanto le regresó por el camino y comenzó a llover también en su corazón.
*Un beso para mis dos hermanos, que no pueden pensarse separados.
Ya en la vigilia, las cosas de su habitación seguían en el mismo lugar, con sus mismos colores... pero el pantalón no era beige, ni los caballos yacían en su puño derecho, ni el aire traía gotas de agua. La luz sí, seguía allí, tras las cortinas... y el frío le jugueteaba los cabellos a medida que se asomaba a ese mundo extensísimo de allá afuera (como lo es siempre para un niño de 5 años) que comenzaba con la ventana. Y más allá, cruzando los jazmines y los nardos, a dos sueños del enrejado negro de la puerta de calle, bajo el árbol azul del atardecer, estaba ella.... Un vestido morado, el cabello largo, el listón blanco en su cintura de ñiña. -¡Mamá, Almita se está mojando! Su sueño pareció predecir que llovería gotas tristes y penosas.
Mamá no respondió, ¿no habrá escuchado?, ¿habrá salido a la calle y me olvidó a solas en esta casa-universo? Dejó pronto este pensamiento su ser. ¡Cómo no habría de hacerlo!, Almita recibía las saetas de agua con los brazos abiertos, girando sobre su eje, entregando los largos y negros cabellos al sol que moría tras el cerro de don Belisario. -¡Mamá, Almita está triste! y un sentimiento de angustia lo embargó por completo. Allá arriba, más lejos que el techo, estaba gris, oscura la piel del cielo, las gotas aplastadas en el cristal. ¿Por qué Diego no fue tras ella?, ¿por qué no la llamó a su regazo? Su hermana estaba lejos, pensaba, podía intuirlo después de que Almita no escuchara sus gritos: ¡Manita, no te mojes, te vas a enfermar!... El viento egoísta guardó para sí sus palabras. No le quedó más que mirar, contemplar el cambio de color en las cosas del mundo, el verde hacerse más verde, el negro de la reja olvidar el óxido, el ladrillo del suelo devorar en su sed el líquido que recibía, el vestido de Alma color zarzarmora. Sintió el llanto viajar del corazón a los ojos... suspiró.
Dos parpadeos, restregados los ojos, el cristal helado, los vellos de sus brazos encrisparse. Hecho s a un lado sus cabellos de espiral, Diego creyó que la niña había desaparecido. -¡Mamá, Almita se volvió agua!... y entonces, el llanto le regresó por el camino y comenzó a llover también en su corazón.
*Un beso para mis dos hermanos, que no pueden pensarse separados.
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