Cuaderno de sentimientos diabólicos
varios, propios y ajenos,
en este constante pedalear por la vida...



18 abr 2010

Paz

Como todas las tardes de ocio (como la mayoría de los domingos de este semestre), me da por juguetear con mis sentimientos y muchos han sido los momentos de insatisfacción: miro mi propia vida, sin gustarme, no me conformo con ella, exageraciones en las que nada es suficiente... y así, seguidos, un paso del otro: desear, desear, desear... quizás maquinar un nuevo plan, contemplar una nueva posibilidad, otro raro camino que se vislumbra, las ganas de darle un giro inesperado a la vida... Pero lo que me ha motivado a escribir hoy es la ausencia de ese sentir, el observar lo poco tensos que están mis músculos, la tranquilidaad en mi corazón, sin molestias en el estómago: esta tarde soy feliz con la imagen que tengo de mí.

Uno se sienta junto a la ventana, como los perros que se echan sobre el asfalto y ven pasar la gente por la calle. Me senté a pensarlo un rato: deseo tanto, es cierto, pero miro mi cara en el cristal, las imágenes se superponen y yo pienso en este descanso... Luego, ¡caray, siento mucha paz!, una paz que solamente es para mí. ¿Por qué?, porque Ulises no lo sabe, porque Manuel me mira pensando en quién sabe qué desde el sillón de al lado, porque a Valente no le importa el mundo frente a su televisor... porque la muchacha de la ventana de enfrente sonrió y me sentí feliz por ella, por cualquiera, por los niños que patean el balón allá abajo... porque sentí tan cerca a mi padre al teléfono en la mañana, porque quizás me llamó de tanto que pienso en él, porque me alegró escuchar el vuelo de sus ánimos... y me guardo la bandera blanca (sí, la de mi propia paz) en el corazón, antes de beber ese café que comienza a oler rico desde la cocina.

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