Cuaderno de sentimientos diabólicos
varios, propios y ajenos,
en este constante pedalear por la vida...



18 jun 2010

Unas letras para Diana

La encontré por la mañana en la puerta de su casa, con sus grandes ojos, los labios apretados y ese par de cachetotes que Ulises gusta en pellizcar. Con las manos en el regazo, me veía con curiosidad, como todas las veces.

-¡Diana!, le dije... con esa alegría tan pura que me hace sentir el verla. Y corrió a abrazarme. ¡Qué cosa más noble y limpia es el abrazo de un niño!

-Ven, siéntate junto a mí. Y Dianita (con su suetercito rosa... porque ya sabe que a esa impresión que ese suéter le deja en la retina de sus tiernos ojos, debe llamársele así... ¡rosa!) y yo nos sentamos a platicar en las escaleras de concreto.

-¿No sientes frío?... Y ella movió haciéndole así, arriba y abajo, la cabeza... sin mirarme.

-Te voy a regalar algo... Y sonrió (mi pago al atrevimiento).

Pensé en el verde librito pequeño que encontré en Guanajuato (que habla sobre la amistad), en la figura de origami que tanto trabajo me costó armar, en el mango y las flores y hojas secas que antes le había regalado ya. Busqué al oso de peluche entre los libros (el tal Óscar del cuento feo ése que escribí hace ya tiempo), los busqué en la orilla del colchón, en el pizarrón, sobre la computadora de Valente... y no lo hallé sino tirado y empolvado tras el sillón grande de la estancia. Lo cojí, lo sacudí con violencia, le soplé la nariz de trapo... ¡listo! Corrí otra vez hacia las escaleras de concreto... y así, niña obediente, grandes ojotes, labios apretados... ¡cachetotes!, Diana seguía allí.

-Te regalo un osito. Se llama Óscar.

Con su sonrisota, me lo arrebató de las manos... y salió corriendo hacia su casa. Ulises y yo nos reímos y yo corrí a mi cuarto. Al salir de nuevo, miré la silueta de Diana girar (como en las rondas) con el oso de peluche... pensé en lo feliz que la hizo el muñecote ése de trapo y sonreí con amargura.

-Ulises, debemos tener cada quién un hijo.

Y Ulises contestó:

-Sí, pero primero una novia.

Pensé en ella, en la muchacha a la que acabo de escribirle... y tras cojer el jabón (y mirar lo temprano que era), me metí a bañar.

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