Ella... sentada junto de mí, pero más lejos que mi propia infancia: susceptible de ser contemplada, de adorarse, de llenarse los ojos de Ella, pero inalcanzable. El aroma de su cuello, sus cabellos al final de su frente... Desperté. Tristemente, como todos los días pasados, sólo había sido un sueño.
El reloj: las 3:21... afuera: la lluvía... yo: sentado a la orilla del colchón. Aún había café y lo bebí mientras me vestía. Paseé por la estancia repitiendo su nombre (una y otra vez su hermoso nombre) inquieto. "Debo hacerlo, debo hacerlo", me repetía mientras el cigarro menguaba, me convencía al inicio de la frase y me daba valor al terminarla. Afuera los truenos y el cielo cayéndose. Cogí las llaves, cerré la puerta con el pie y bajé las escaleras con rapidez. Me sorprendió el agua fría bajando la calle... ¡qué importaba!, sólo pensaba en Ella.
Unas cuadras hacia la derecha, la rosa en el portal del vecino... mis brazos estirados, los pies de puntitas... hacia un lado y hacia el otro su tallo lleno de espinas... ¡la corté!, la guardé bajo la chamarra. Huye. A paso apretado por la misma calle, cuadras hacia la izquierda... sí, sí, la lámpara del alumbrado público... Sí, sí, esta calle debe ser... ¿a qué distancia hacia la derecha? Ah, cierto... ¿era rojo el portón? ¿Cómo trepo por la pared?... El reloj: 3:52. ¡Cállate, maldito gato!... El árbol... grrr... ah... mmm... ¡au!... ¡Apresúrate!, no deben verme sobre el muro. Un salto, el estúpido dolor en los pies, ¡cállate!... el agua de lluvia... ¿tiene ventana su habitación? Un pasillo a la derecha... ¿dónde duermes?, tímida luz la de su lámpara... Tres toques en la ventana y nada. Dos toques más (estoy empapado)... y nada. ¿Cómo quitar de enfrente este cristal?... Dos golpes más allí sobre el seguro... ¡Mira, se desliza!... Una cortina blanca y Ella... ¡Dios me petrifique ahora frente a Ella!... con esa luz tenue sobre su rostro, hermosa, dormida, con su belleza endemoniada.
Secas las manos al contacto de su cama, la palma izquierda sobre su boca, labios fríos los míos sobre su frente: ¡no te asustes, soy yo!, ¡soy yo!... ¡calma!... "¿Qué haces aquí?, ¿cómo entraste?", las palabras que salieron de su boca.
-No importa, no hice ruido, ¿vienes conmigo?
-Pero...
-Mañana me iré, mujer, y no volverán a verme tus ojos. Ahora o nunca será. Te lo ruego, ven conmigo.
Me miró, sus dulces ojos negros bien abiertos hacia mí, saqué la rosa lacerada del regazo y la puse en su pecho. Quiero morirme aquí: sonrió. Silencio hubo nada más entre nosotros... empujando con el dedo el corazón: no salgas del pecho.
Una maleta en su mano izquierda, su derecha junto a la mía, recorrimos el camino inverso: la ventana, el pasillo, el muro... ¡sube!... mmmm... ¡ah!... Pon un pie sobre mí... ¡vámonos!... ¿y tu rosa? No importa, ¡vámonos! Imaginé nuestras siluetas en la lluvia, imaginé lo que habría de venir.
Al día siguiente, su casa y su madre la buscaron, tocaron a la puerta de su habitación y, en lugar de su cuerpo dormido, hallaron la rosa roja sobre sus sábanas... Entonces lo comprendieron: Ella era ya una flor. Había que decírselo a papá, explicárselo a los niños, ponerla a Ella en un jarrón con agua (para prolongarle la vida), junto a 3 claveles (para evitarle la soledad). Había que darle sol cada mañana.
-Mamá, mi hermana se está marchitando- decía su hermana.
-No, mi amor, germinará su semilla.
Y tuvo razón, porque de los tres pétalos que nos habían quedado esa noche, uno le floreció en el vientre, y yo sabía que guardaba algo mío dentro de sí... porque mientras ellos cuidaban de la rosa con cariño, yo cuidaba de Ella con amor. Aunque, ¿sabes?, no he de llorar porque fuera de los cuentos, en la muerta realidad (en la mía), las cosas sucedan exactamente al revés.
Unas cuadras hacia la derecha, la rosa en el portal del vecino... mis brazos estirados, los pies de puntitas... hacia un lado y hacia el otro su tallo lleno de espinas... ¡la corté!, la guardé bajo la chamarra. Huye. A paso apretado por la misma calle, cuadras hacia la izquierda... sí, sí, la lámpara del alumbrado público... Sí, sí, esta calle debe ser... ¿a qué distancia hacia la derecha? Ah, cierto... ¿era rojo el portón? ¿Cómo trepo por la pared?... El reloj: 3:52. ¡Cállate, maldito gato!... El árbol... grrr... ah... mmm... ¡au!... ¡Apresúrate!, no deben verme sobre el muro. Un salto, el estúpido dolor en los pies, ¡cállate!... el agua de lluvia... ¿tiene ventana su habitación? Un pasillo a la derecha... ¿dónde duermes?, tímida luz la de su lámpara... Tres toques en la ventana y nada. Dos toques más (estoy empapado)... y nada. ¿Cómo quitar de enfrente este cristal?... Dos golpes más allí sobre el seguro... ¡Mira, se desliza!... Una cortina blanca y Ella... ¡Dios me petrifique ahora frente a Ella!... con esa luz tenue sobre su rostro, hermosa, dormida, con su belleza endemoniada.
Secas las manos al contacto de su cama, la palma izquierda sobre su boca, labios fríos los míos sobre su frente: ¡no te asustes, soy yo!, ¡soy yo!... ¡calma!... "¿Qué haces aquí?, ¿cómo entraste?", las palabras que salieron de su boca.
-No importa, no hice ruido, ¿vienes conmigo?
-Pero...
-Mañana me iré, mujer, y no volverán a verme tus ojos. Ahora o nunca será. Te lo ruego, ven conmigo.
Me miró, sus dulces ojos negros bien abiertos hacia mí, saqué la rosa lacerada del regazo y la puse en su pecho. Quiero morirme aquí: sonrió. Silencio hubo nada más entre nosotros... empujando con el dedo el corazón: no salgas del pecho.
Una maleta en su mano izquierda, su derecha junto a la mía, recorrimos el camino inverso: la ventana, el pasillo, el muro... ¡sube!... mmmm... ¡ah!... Pon un pie sobre mí... ¡vámonos!... ¿y tu rosa? No importa, ¡vámonos! Imaginé nuestras siluetas en la lluvia, imaginé lo que habría de venir.
Al día siguiente, su casa y su madre la buscaron, tocaron a la puerta de su habitación y, en lugar de su cuerpo dormido, hallaron la rosa roja sobre sus sábanas... Entonces lo comprendieron: Ella era ya una flor. Había que decírselo a papá, explicárselo a los niños, ponerla a Ella en un jarrón con agua (para prolongarle la vida), junto a 3 claveles (para evitarle la soledad). Había que darle sol cada mañana.
-Mamá, mi hermana se está marchitando- decía su hermana.
-No, mi amor, germinará su semilla.
Y tuvo razón, porque de los tres pétalos que nos habían quedado esa noche, uno le floreció en el vientre, y yo sabía que guardaba algo mío dentro de sí... porque mientras ellos cuidaban de la rosa con cariño, yo cuidaba de Ella con amor. Aunque, ¿sabes?, no he de llorar porque fuera de los cuentos, en la muerta realidad (en la mía), las cosas sucedan exactamente al revés.
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