Cuaderno de sentimientos diabólicos
varios, propios y ajenos,
en este constante pedalear por la vida...



6 sept 2010

Quise escribir sobre el silencio...

y de la ignominia que me había hecho sentir... Quise hablar de la salud mental, de la indecisión, de la enfermedad que se vuelve una necesidad injustificada... De los ciclos que se cierran, por supuesto. Y esta última frase trajo a mi mente la claridad de luz, la que yo necesitaba en esta sombra en la que he gustado en vivir... Y entonces decidí no lanzar más que al aire (a ningún otro lugar) todo lo que quería decir... Y le resté importancia, pensando en que mi orgullo se había reducido hasta volverse dignidad. Y guardé silencio. Y ahora escribo sobre el silencio. Volteé a ver mi vida, advertí cuánto tenía entre manos (como ella me decía) y puse el corazón a remojar. Me alegré de lo que ví, de lo que había en mis manos, pude ver incluso mis manos. Puse una sobre otra, las sentí latir y sonreí. Me había hecho falta, pues, la satisfacción del trabajo arduo, los placeres de los libros perfectos y abiertos frente a mí, la mente abierta para todo aquello que no tuviera feromonas (olor de mujer). Me alegré, de verdad me alegré. Dejaré de buscar esa figura con el mismo fin ahora. Y me alegro, de no ser preso de mis propios deseos... Porque ésta es la moraleja de la historia: puedo educar mis anhelos, domesticar mis deseos. Basta con volver la vista (una educada visión de mis jóvenes ojos), de vez en cuando, frecuentemente, hacia mí.

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