Cuaderno de sentimientos diabólicos
varios, propios y ajenos,
en este constante pedalear por la vida...



7 nov 2010

Al grano

Sin rodeos: he decidido dejar esta ciudad. Y si bien tardaré aún algunos meses en llevar a cabo la empresa, tengo tantas ganas ya de ponerme en los zapatos de Juan Ramón Jiménez y escribir algo así como “y yo me iré y se quedarán los pájaros cantando”. Frase que al decirse me hace recordar a Marco, que me señaló con el dedo al poeta español. Pienso también en Ulises, que siempre me prometió el poema de Constantino Kavafis, que advertía (según sus palabras): aquello que uno echó a perder, seguirá así, echado a perder, en cualquier ciudad en donde uno esté. Miro a Carlos, mi amigo de la infancia-juventud con el que ahora vivo, y en la zozobra de las riñas que nuestros diversos órdenes domésticos de la vida diaria nos produjeron. Me preocupa Diego. Y así, uno tras otro, como en el tendedero, colgadas las imágenes y las luces de todo lo que seguramente ha de volver, recuerdo silente y perfumado, a mí.
Diversas y muy variadas han sido mis razones, mis padres la más fuerte de ellas, mi bienestar, la que le sigue en la lista de cosas a resolver. En mis propias palabras: a México sólo vine a estudiar, a capacitarme para iniciar un recorrido largo, que mi espíritu siempre fue provinciano (tardé en aceptarlo) y nada más. Por lo mismo, no todo es melancolía y desapego intermitente: ¿qué habré de hacer allá? En el destino, continuar con mi formación, principalmente; ayudar a papá, ¿allá he de casarme? La idea me endulza el paladar. Habré de cuidarme, entonces, de no anclar el corazón aquí antes de tiempo. Y como todas las veces, me elevo y fantaseo, repaso ¿dónde viviré?, será linda la soledad, comenzaré todo de nuevo, seré un poco más dueño de mí mismo (como cuando dejé de creer en dios), ¿cuánto me habrá de gustar?... Me pierdo y veo lejos el suelo, me alejo y vuelvo a regresar. Mauricio tuvo razón: me hacía falta valor, coraje, para emerger de la gelatina blanca y pegajosa de todos mis fantasmas.
Voy a extrañar la avenida San Fernando, con todo y sus tardes amarillas y hojas secas, las calles del Centro Histórico, las librerías de segunda mano, las habitaciones en que se quedaron variadas vivencias, algunas de mis palabras, quizás un poco la universidad (quizás). Y habré de seleccionar cuidadosamente, muy cuidadosamente, a quienes pedirles que se acuerden de mí. Habré de elegir, para aligerar mi carga, a quienes habré de recordar.Iré guardando mis cosas: papeles, ropas, libros, con su polvo, letras y olores, con sus notas y sus flores secas. Primero lo que pronto será basura, luego las que muerden la mano y hacen llorar. ¿He de hacerlo al revés? Una a una, formadas, acomodadas en las cajas y los baúles, en las bolsas y las maletas. Al último las que se han de quedar. Aún faltan varios meses, sí. Pero uno a uno voy mudando los pensamientos, unos cuantos kilómetros, de una buena vez, antes de empezar.

De la esperanza*

Entreteneos aquí con la esperanza.
El júbilo del día que vendrá
os germina en los ojos como una luz reciente.
Pero ese día que vendrá no ha de venir: es éste.

*Jaime Sabines. La señal, 1951.


La Ciudad*

Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita;
y está mi corazón -como un cadáver- sepultado.
Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.
Donde mis ojos vuelvan, donde quiera que mire
oscuras de mi vida veo aquí
donde tantos años pasé y destruí y perdí".

Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño, en toda la tierra la destruiste.

*Constantino Kavafis.

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