Mi reloj y mi impaciencia. La aceleración de mi corazón intentaba ponerle el ejemplo, para hacerlo marcar, como todas las tardes, las cinco. Después: el transporte, las parejas de los sábados, los padres y sus hijos, y ya. Esperé. Llegué. Me encontró feliz, me halló con paz y a rostro firme, esta tarde de sábado en que yo sólo quería observar.
Luego las disculpas: las ocupaciones, los inconvenientes, los imprevistos. El consuelo no dicho: un poema sobre amor y compañía de Pessoa y mi "siempre pensaba en ti".
He preferido iniciar mi corazón en el nombre, seguirme por las imágenes, llegar a la cintura, tomar las manos si se me permite y, doblando la esquina, seguir ciegamente la calle hacia el cuello, el cabello, buscando lunares detrás de la oreja, para cortar un racimo de olores y quedarme con él. Así había sido mi sendero, en lo que uno piensa cuando las calles, la radio, los libros, los amantes, los dueños de las tiendas y los periódicos dicen: "amar a una mujer". No fue así. Ella fue una gardenia al sol, limpia y con luz, que hablaba sin tapujos, noble y bella como los niños. La escuchaba y ella (no lo supe sino al final) mi observador.
Sus cabellos, su paz, tirando de mi memoria cuando le recorrí la finura de los labios, el contorno de los ojos escondidos bajo la curva delgada de las cejas, la nariz diminuta... No lo pude evitar y disfracé mi conmoción por su rostro con la emoción de describirlo: sonrió. Quise (quiero) saber quién es, si me dejaría quererla, si podría quererme. Le busqué en el cuello, el lunar, el racimo de olores y le hallé en la frente... y en la boca. Sólo quería observar, lo juro, pero me dio por besarle el rostro completo y cerrar los ojos. Sus brazos en torno a mí y su olor en los míos me causa suspiros cada media hora.
¿Qué hará ella, entonces, de mí?, ¿qué hace con lo que le quedó de mí? Yo, le pongo un moño a sus recuerdos, siembro y espero el retoño de otros en mi corazón... corto los frutos, se los envuelvo, se los regalo. Porque deseo enamorarme perdidamente, porque ando con paciencia a pie por mi camino, se los regalo a rostro firme, cara a cara, sin empacho y con resolución.
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