La felicidad no necesita ser
transmutada en belleza,
pero la desventura sí.
transmutada en belleza,
pero la desventura sí.
J. L. Borges
I
Agua a su molino: así le decimos al beneficio propio. Cruz de su parroquia: el símbolo del lugar o la idea a la que uno pertenece. La Nochebuena está ya muy cerca, se le ven los pelos, doblando la esquina y caminando hacia aquí.
Para llevar agua a su molino, los autobuses suben los precios al doble. Viajar (volver a abrazar a los de la casa de uno… uno, que no niega la cruz de su parroquia) es una necesidad y, por tanto, siempre se hallan soluciones; la vida tiene que abrirse camino.
Estamos así, Diego, el Diablo Mayor y yo, en este parque, esperando un autobús (a mitad de precio) que nos lleve a nuestra tierra. Tres días de convivencia bastaron para decirnos unos a otros las noticias más importantes de lo que le pasa a nuestras vidas. Lo demás puede esperar a las vacaciones. Estamos en silencio. No somos los únicos.
II
Un hombre entrado en años, calvo y moreno (como maltratada la piel por el sol), trae en la mano un montón de rosarios. Lo veo ofrecer su mercancía a mi padre sin escuchar lo que dicen, lo que dicen no está al alcance de mis oídos. Mi padre y su mueca de desdén (que conozco de muchos años), la insistencia del vendedor. Mi padre saca una moneda del bolsillo y se la pone en la mano. Un rosario café en el cuello de mi padre. Ambos se agradecen. El hombre se da la media vuelta y se asegura de no ser visto ya por mi padre, besa la moneda y se persigna con ella. Esta sólo, con su moneda y sus preocupaciones.
La aglomeración de gente en este parque con apenas dos bancas pudo haber significado una buena venta. Las señoras que yo he visto no se persignan con cada moneda con la que se encuentran: el hombre no ha vendido mucho esta tarde.
III
Este sol de las cinco, el que llega después de la comida. Alguien que gustó también de mirarlo escurrirse por los árboles y mecerse por el aire en las hojas, logró retratarlo. Aparecía, pues, en las bellas fotografías de los calendarios que le regalaban a mamá los inicios de año, debajo de las cuales venía siempre en letras góticas o mayúsculas resaltadas: ‘Carnicería Lupita’… y los mejores deseos para clientes y amigos este venturoso año nuevo.
En un fondo como ése, escenografía natural, un abuelo alto, potente y bigotón, de botas de trabajo y pantalón grueso, teñidos de negro la barba y cabello que ya habían perdido su color, levanta con los brazos bien extendidos a su nieta de 4 años. La sienta sobre sus hombros, ella le abraza el cuello. Quitándole la atención de encima es que logran hacer a un lado el parque, con todo y su sol somnoliento; no existe otra cosa en el mundo que no sean ellos dos en este mismo instante. Ambos se quieren mucho y lo demuestran: él sonriendo mientras la sostiene, ella haciéndole con la gargantita como le hacen los gallos en la madrugada.
IV
- ¡Pásele, hay taquitos de res, de pollo, de bistec con papas! ¡Hay café!... ¡Pásele, qué le damos?
- ¿A cómo los tacos, señora?
- A 10, papito.
- Deme dos de pollo y un café, por favor.
- ¡Caliéntame ahí dos tortillas para el joven!
- ¿Cuánto cuesta el café?
- A 7, papito, pero es de olla.
- Sí, está bien…
Sirviéndome el taco y sin soltar la espátula, señaló con su dedo índice hacia una mesa improvisada:
- Allá hay salsa, papas y frijoles, papito, lo que guste ponerle.
- ¡Gracias!
Obesa, de mandil rojo y falda larga, chachalaca (pájaro escandaloso del sur de México), sigue gritando desde un comal, junto a su subordinado también obeso y amanerado, que calentó las tortillas. Aspecto de señora Oaxaqueña (¿de Juchitán, quizás?), maneras de la costa sur del Pacífico (como las señoras que venden “garnachas” en las ferias); ella y su “muxe” (del zapoteco), saben que el que viaja también come, que gusta de caminar con el estómago llego y que ello puede ser negocio. El grupo de señores cotorros, que se ríen a carcajadas en la mesa de al lado, en esta esquina del parque:
- ¡Écheme otro de muerte lenta, señora!
- ¿De qué te lo doy?
- ¡De bistec!
- ¡Ahí te va, papá!... ¡Comiendo y cayendo!, no son de muerte lenta.
Son prueba de la felicidad que nos procuran la señora y su ayudante. Esta tarde, satisfecho, siento que me ha salvado la vida:
- ¿Cuánto le debo, señora?
- Son 40, papito.
- ¡Pero si fueron dos tacos y un café!
- Ejem… Esteee… Entonces son 37, 30 de los dos tacos y 7 del café…. ¡Pásele hay café, tacos de pollo y de res, qué le damos?
- ¡Pero me dijo que los tacos son a 10!
- No, papito, son a 15… ¡Qué le sirvo, joven?
El camión sale pronto, no puedo quedarme a discutir. Pago de mala gana.
V
Frente a la niña y su abuelo, en otro rincón del parque, se asoma una muchacha. Cabello rizado, pestañas grandes, firmeza en sus caderas y en sus hombros, pantalones entallados. Apenas y se asoma desde la esquina, algo busca su mirada desasosegada, algo la preocupa. Su mirada dice que se encuentra sola. No habla con nadie, sus ropas no son finas, pero se nota el esmero en el cuidado de su persona. Sus tacones bajos no deben tener polvo, no en los zapatos de una mujer alta, delgada y bonita. Más de una mirada masculina le echa encima “la lengua de sus ojos” al descubrirla.
Uno, vicioso del pensamiento, dramático que le gusta ser, imagina, se inventa una razón: ¿algún muchacho espera?, ¿alguien le ha prometido una mejor vida al llevarla con él?
VI
Soy una lámina entre este paquete cargado con mucho trabajo por esta muchacha. Me ha dejado en el suelo, no me aguanta más. Mi costo es menor aquí en la capital, por ello han de venir por mí para llevarme lejos. ¿Cabremos en el portaequipaje del autobús?
¡Ah, qué muchacha sudorosa!, nosotras juntas somos una carga pesada. Menos mal, su esposo llegó al auxilio y con un par de tortas.
VII
Mi padre ha comprado un par de cojines de lana: esponjosos, peludos, agradables al tacto. El vendedor nos ha hecho una increíble oferta de un cobertor ¡de lana! Un objeto artesanal, bellísimo. No traemos suficiente dinero, es una lástima. La mamá de la niña de 4 años también compró un par de cojines; el señor ya se iba y corrieron hasta alcanzarlo. Ha vendido casi todo lo que traía. Su carga es menos pesada ahora. Pondremos los cojines de papá en su estancia, en el sillón del televisor, cuando lleguemos a Comitán…
VIII
¡Tortas de jamón con queso!, ¡tortas caseras!, ¡tortas y sándwiches a 10 pesitos!...
IX
Son pájaros hermosos: flacos, negros tornasol, de pico largo y patas rápidas, de vista ágil. Hay dos haciendo ruido, en el árbol junto a mis maletas. Les recuerdo su canto muy particular en la ventana grande de mi cuarto, en Chiapas, después de la lluvia. La luz del sol les deja azul marino en las plumas negras. Creí que zanates había sólo en Chiapas, ¡qué bello haberme equivocado! Ahora que uno le da de comer con el pico al otro, los veo (ellos en su soledad y yo en la mía) como promesa de mi tierra, minutos antes de abordar.
Y Ella, con sus latentes palabras al teléfono. Y yo, entre besos enviados al viento, prometiéndole volver.
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