No sé si todo deba tener un punto de partida, un centro. Un observador siempre lo es; un observador se torna interesante cuando además de posar los ojos en el mundo, puede cerrarlos y observarse a sí mismo. Éste es el caso. Yo, el centro del universo. Yo, un observador interesante.
Debajo de mí, una banca y bajo la banca el suelo, piedra de un parque; sobre la piedra agujeros rodeados de tabique; en cada agujero tierra y un árbol real, con hojas y raíces. Y la sombra de uno de ellos sobre mí. El niño que hace mandados (un poco de arroz, quizás, azúcar... tal vez un kilo de tortillas), en bicicleta (¡otro diablo, otro diablo!), una paloma queriendo llamar mi atención junto a mis pies, dos pares de muchachas cargando cada uno un colchón. La pareja tras el árbol que me hace sombra, ella llorando (como yo anoche). Hay allí una tristeza, ¿desesperación?, ¿desconsuelo?... otra alma -dirías- otra alma que se seca. La sospecha de un anciano, por los sonidos muy espaciados de su lento caminar. Los niños que cruzan la plaza de Mexiamora, la sobrinita y la tía... y las migajas a las palomas. La música vieja y triste de quien atiende la miscelánea frente a la que pasan novios despreocupados (pláticas sobre lo fuerte que está el sol, preocupaciones sobre el dinero, anhelos futuros, amor, esperanza). El sol por todas partes, la fachada beige con verde de aquella casa a la que apenas y le cabe la puerta. Ventanas cerradas, balcones sin macetas, sin novia que los use ni novio que aviente, a ellos, piedritas.
Nadie voltea a verme: yo, el centro, el distinguido porque escribe, no porque alguien que no soy yo me observa. Una pluma de ave flotando, arrastrándose, flotando otra vez y moviéndose en círculos... la presencia del viento. Hojas secas e inquietas.
No es sólo la gente que pasa, o el sitio éste y sus detalles en que a cada rato descansan los ojos. No son los gritos de los niños en la casa de atrás, la aldaba que sufre y gime al abrirse su puerta, o las conversaciones entrecortadas. Soy yo y es el lugar cualquiera (la piedra y la sombra) sin tus huellas y tu hombro sin mi brazo. Es la otra tienda que te había gustado y que sospecho sabe que no estás, porque está cerrada. Es la parte de tí (¿el olor, quizás?), el recuerdo que cada cosa del mundo se guarda de tí. Es tu ausencia, el sitio en el que has estado (éste), que le prueba a uno la existencia del corazón, como viento que advierte porque se mecen las ramas.
No es sólo la gente que pasa, ni soy yo. Eres tú, cuando no hay sospecha en tus imaginarios ojos de cuánto se te extraña.
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