los que yacen a la orilla de los ríos: grandes, fuertes, orgullosos... como no lo son los de las zonas urbanas. Y uno lo piensa un momento: es el agua, que corre al lado de ellos... o ellos, que se pusieron al lado del agua.
Permítase las analogías, desátele del pescuezo a la imaginación cabeza-de-perro la longaniza con la que en la mañana le amarró: ¿de qué se alimentó uno para ser lo que se es (poco o mucho, suficiente)? ¿Al lado de qué fogón se fue uno a sentar?
Sólo de mí puedo hablar. Creo que ha de ser el café. Porque podría faltar qué comer en casa, pero solamente cuando el café se acaba es que comienzo a sentirme miserable.
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