Cuaderno de sentimientos diabólicos
varios, propios y ajenos,
en este constante pedalear por la vida...



6 abr 2013

¿Que qué quisiera?...

Sentarme a la orilla de un río, en Chiapas... mojarme los pies, mirar las luces y los colores en el agua. Escuchar su murmullo, sólo el murmullo, como quien viene hablando desde lejos, desde hace años... las ramas ancianas de los árboles enormes, la yerba que se seca y se hace quebradiza, pero que se resiste a perseguir la corriente, con tanta terquedad que a veces se parece a mí y a mi abuelo, a veces a mi padre. Quisiera no pensar en nada, no preocuparme. Sólo el sol en millones de pedazos y el agua que corre, los árboles enormes que cubren a todos y no molestan a nadie. El dolor en los músculos que recién se secan, la libélula sobre los troncos, la yerba pequeña de la humedad, verde, suave, omnipresente.

Quizás baste algo menos silvestre, un café de mamá junto a la ventana... sentir el olor a tierra mojada y ver llover. Ser el silente observador que era, a los 5 años, frente a los charcos y sus saetas de agua, en la puerta de mi casa. El solitario que he sido desde niño, el que despierta en una casa sola y sin su madre a las 6 de la tarde. 

Puede que sólo sea algo de paz, quietud, ningún mecer de las ramas. Pájaro mirándome desde la punta del árbol, pájaro sabio que sólo mira y no dice nada. 

Quiero irme de este lugar seco, piedra preciosa en la que no florece nada... lugar temporal, paisaje artificial, camión en el que van todos sólo un rato y no es de nadie. Este sitio-perversión a mi corazón, mineral inerte, no está en el suelo, está en el aire. No quiero este encierro, enfermedad del espíritu, no es queja: no quiere cadenas el perro, es noble, tampoco el alma de nadie. 

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