Cuaderno de sentimientos diabólicos
varios, propios y ajenos,
en este constante pedalear por la vida...



30 mar 2010

La vida sigue igual...

dice una canción, aunque no es cierto para mí. Aquél a quien le gustaban las Matemáticas, el chamaco que se decía con la facilidad para ellas, al que no le importó aislarse del mundo, privarse de muchos aspectos emocionantes en su vida para trabajar... lo he buscado mucho dentro de mí y sigo sin encontrarlo. Peor aún, siento que todo ello ha sido un engaño.

Es difícil la situación en la que la contemplación de la vida de la gente allá afuera, bajo la ventana, en la calle, me pone. Es tan distinta a lo que yo conozco, a la idea que tenía de mi vida, mis planes a futuro. La gente se casa, las mujeres cargan con sus hijos, los matrimonios trabajan... se persigue el dinero (con justas razones) y me da por pensar: ¿qué tan feliz sería yo con una familia? Desde chico quise siempre una familia, quise ser profesor. Pero he perdido la fe.

Siempre me gustó la escuela, siempre. La prefería a estar en mi propia casa. Por lo mismo, fuí "bueno" a decir de mis padres y profesores y aduladores y envidiosos y hermanos... y calificaciones. No me jacto de ello porque ahora veo que todo fue un engaño, no porque yo no fuese bueno (éso sigo creyéndolo, pese a todo, "bueno" entendido como la aptitud para hacer las cosas), sino porque vivía en un mundo de fantasía, al que me escapaba para poder decir que era feliz. Y, digo, de fantasía, porque mientras yo me quemaba las pestañas tratando de hacer cuentas interminables (lo que, según yo, eran matemáticas, ¡desgraciada mala educación!), mis amigos jugaban fútbol, trabajaban, besaban a las muchachas, manejaban el auto viejo de sus padres, se perdían entre la yerba, salían con sus amigos... Ellos se fascinaban con su propia vida, mientras yo gustaba de leer las vidas imaginarias en las novelas. Recordarlo aún me da tristeza.

La Universidad ha sido (y éstas son palabras muy mías de hace, quizás, un año) lo mejor que me ha sucedido en la vida. Y aquí es donde el problema se torna grave: me creo mi propia mentira. Por supuesto que han habido satisfacciones, muchas y muy hermosas. La universidad fue una oportunidad maravillosa, lo sé, lo siento hasta en el tuétano, pero ha significado aguantarse el hambre y el sueño durante algunos años... ha sido igual a posponer el estudio por la preocupación de lo que habría de comer mañana. Vengo a sentirlo justo ahora que mi tesis está a más de la mitad, que estoy al final de este camino. Y siento coraje.

A menudo estoy ya cansado, sin las ganas de abordar los libros que antaño quería devorar. Entrar a la Biblioteca de la facultad era sentirse ansioso, abrir mucho los ojos, desesperarse por no manejar tan bien el inglés como yo hubiese querido, para entender teorías, conceptos... Ahora me siento viejo para ello. ¡Qué curioso!, yo que tenía aspiraciones tan altas.

Mis amigos dicen que esta crisis le sucede a todos en algún momento de su vida. Y voy recordando lo que aquélla señora, casi al salir de la preparatoria donde mal-estudié, donde sólo me quitaron el tiempo, me dijo: ¿ya pensaste bien que éso quieres estudiar?, mira que es una actividad muy absorbente. Me sorprendió que alguien como ella (como yo en aquél entonces, como todos, para quienes el mundo era el parque central de Comitán) me lo dijera. Mas luego miré mi propia vida y no vacilé en decir: sí, ya lo decidí. Mi propia vida, ¡ja! Mi vida no era más que mi cuarto con un montón de libros de los años 60's, una lámpara y un escritorio pegado a la ventana grande, donde siempre me gustó ver llover. No me sirve de mucho, ahora. Tanto era mi desvelo, mi obstinación, que varias veces papá, sin anunciarse, entraba a la habitación y me extendía la mano con algo de dinero: para que te compres algo, para que salgas con alguna muchacha... Yo sólo reía.

El diciembre pasado estuve en Chiapas y la noche más memorable fue junto a la fuente del parque central y con Toño Neutrón (le apodamos así, era el más listo de los que estudiaban para Técnico Laboratorista Clínico). Ambos coincidimos: si pudiésemos repetir el tiempo, repasar la vida, pediríamos iniciar la preparatoria de nuevo. Él ahora trabaja en una empresa farmacéutica, no le va mal. A mí me pagan de 30 a 50 míseros pesos por una hora de clase... donde me dejan, pero donde no, es porque debo estar titulado, aunque las cosas no cambian mucho: 70 pesos por hora.

En fin, mañana será otro día. Será curioso ver lo que el desánimo le hace a uno escribir.

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