La de tío Manuel fue la primera vez que me encontré con ella. Es díficil que un muchacho piense en la muerte, yo vivía acostumbrado a que toda la gente me dijera: tienes una vida por delante. Hasta cierto punto, quiero pensar que sigue siendo cierto, pero me tocó considerar a la muerte a partir de ese suceso.
Tía Sara había llegado a casa, afligida, con su paso veloz, a avisarle a mi madre: falleció el profesor Manuel. Son noticias tan raras de recibir, tan increíbles para uno cuando llegan, que mamá no fue la excepción. Sólo la ansiedad y la inquietud la mantuvieron al borde del llanto, porque no tenía la certeza de ello... Unas llamadas, un mensaje en la radio... Sí, era él. Ahora podía llorar. Luego, pláticas serias con papá, que trató siempre de consolarla, la ropa oscura y la salida de casa después de un: hijos, venimos después.
En efecto, no quise ir, no me atrevería a ver a un muerto. Y tenía razón, lo supe cuando escuché las pláticas de mis padres después del entierro, el suceso ése en el que se reúnen muchas personas para llorar a uno de los nuestros... He de ser sincero: esto último fue lo que causó más curiosidad en mí. Con papá habíamos visto las hormigas que cargaban arañas muertas, de cómo se congregaban, de cómo cargaban las propias hormigas algunas de sus difuntas... en cómo tomarían las demás la muerte de la que, por accidente, acabábamos de aplastar. La muerte de algún perro que había comido veneno para rata por equivocación, el perro negro aquél que fue asesinado por una jauría cuando yo tenía 5 años... Pero, la muerte de uno de nosotros era más complicada: ¿qué teníamos de especial nosotros como para todos aquellos rituales?, ¿la importancia la tomaba el hecho de que se trataba de uno de nosotros? Era extraño, como sentir un temblor, como imaginar lo que le sucede a la gente cuando se desborda un río... Uno vive tan protegido de niño que las desgracias de la gente (la de allá afuera y la propia) le es un suceso ajeno. Y, vaya, que nuestro buen humor hace que hagamos fiesta y recordemos con buen ánimo a los que se fueron, cada 2 de noviembre.
Me doy cuenta entonces de que la muerte es algo serio (así lo dice la gente) y que a uno le da por pensar en la propia y siente ganas de ocupar su tiempo en algo que valga la pena, en no desperdiciarse a sí mismo dejando morir el propio tiempo. Me doy cuenta de que hoy tomé las cosas a la ligera, porque pueden escribirse cosas mucho más elaboradas sobre la muerte.
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