Aquí no se oye el canto de las ranas, los que tanto esperaba la señora de los cuentos (cuando niño) para poder dormir. La ciudad le queda muy ajustada a la oscuridad y, a la fuerza, ni los zapatos entran. Aquí cada noche cantan los grillos (cuando quieren), guarda silencio mi casa (si no hay insomnio en la cabeza de alguno de nosotros), se suceden los amores allá afuera (cuando son buenos), mis pupilas se dilatan tantito y los gatos se pasean, gritan y pelean sobre mi barda... Aquí las noches son extrañas, la gente casi no duerme al mismo tiempo y, a largos ratos, no ladran los perros. A la señora noche no le gusta la monotonía... y hay noches de sábado, como ésta, en que no deja a ninguno de mis vecinos hacer fiestas. La señora noche se divierte más que yo, pero no sabe que la contemplo... y sé que se espera todo el día (todo, completo) sólo para sentir todas estas cosas hacerle cosquillas (lo sé, no me lo ha dicho, pero lo intuyo). Al principio creí que estaba loca, que se sentía incómoda con un vestido de ciudad como el de ésta, en la que el cuerpo se le desparrama. Estuve por gritarle: ¡estaba más chico el difunto!, cuando advertí sus razones. Comprendí que ella y el señor día no son compatibles ("sólo cabe uno de los dos en este pueblo", como se dicen los matones en los westerns). Cada uno espera a que el otro se esconda para salir y yo soy en esta historia el tercero excluido.
La señora noche me ha dejado una enseñanza de vida: si ella espera el día para sentir todas estas cosas sencillas, ¿por qué la oscuridad de mi corazón no ha de esperar la luz de tus ojos o un hervor de tu sangre para mí? Y entonces se me ocurren un par de ideas locas, un par de travesuras que me voy dando valor de hacer bajo tu puerta (sí, es amenaza). Me harán feliz estas locuras, porque son de aquellas inquietudes que siempre me han hecho ser consciente del animal hiperactivo y taciturno que cargo en el pecho: el corazón. Esperaré a la señora noche para hacerlas, o quizás la madrugada para no estar entre el fuego cruzado del sol y la luna. Y si logro mover alguna fibra tuya, algún trocito de piel sensible... me daré por bien servido... Si no, ¡qué más da!, me habré sentido bien de soltarme el chongo un rato.
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