Cuaderno de sentimientos diabólicos
varios, propios y ajenos,
en este constante pedalear por la vida...



19 feb 2012

El hombre intangible


Aparece muy de mañana, antes incluso del dinosaurio que sigue estando allí después del sueño de los niños. Hombre sin ojos, te observa. Se acerca a mirarte: tú en la cocina o en la sala, cruzando el patio o la habitación de tu madre, tú en la puerta de tu casa o apagando la luz desde tu cómodo (como no podría serlo otro) colchón. Se está quieto y te espera, te busca sigiloso, en silencio, se detiene cuando te halla. Lo llevas con él, estoy seguro, y se queda contigo mientras te vistes, maldito sea, mientras una gota de agua tibia recorre delicadamente tu cuerpo. 

La certeza tengo de que mira a tu hermano subir por las escaleras y se pone a girar, y se aparta, al instante en que él te abraza. Y no sabes de él (no te importa, no quieres), pero no se va aunque cierres la puerta, te desnudes y te estés, libro en mano, entre las cobijas. 

Sabe, porque escucha, hombre sin orejas, de tu lenguaje. Conoce los cambios de tu voz y las palabras que has creído sólo tuyas, cuando te ves mujer en soledad, entre los muros que todo han visto de ti, ante el espejo o entre lágrimas. Sabe más de tu vida que tu madre, desgraciado, sin necesidad de hurgar en tu luz por las rendijas de la ventana... A través de ella le has dejado pasar ahora que duermes, ahora que no piensas en él, ni en mí, ni en tu nombre siquiera. 

Ser misterioso detrás de ti, dejó para después tu cara. Prefirió cada vez un reflejo de tu intimidad en el cristal mientras te cepillabas. Hombre invisible sin manos, te toca. Te lleva cada parte del preciado cuerpo a la carne de sus labios, sonríe de tu ignorancia de él cuando lo has dejado en tu boca y te levanta los cabellos a placer, en el sillón, en la silla o en la almohada. ¡Embustero!, no sabe mentir, no me engaña: enamorado vive de ti, si es que late su incoloro corazón, como no podría estarlo de otra forma. Días y horas ha sufrido por ser siquiera otro padre para ti, otro hermano, una mascota. De flor inodora aroma tu casa, perfume imaginario, me ha hecho creer que piensa en tu nariz... En sus pulmones te hospeda, yo sé que te respira.

Sin conocerle nunca el rostro, hombre sin cara, te sigue por el camino. Ser sin cabeza, piensa: su desdicha es no poseerte, no ser capaz, y el muy maldito llora... Inquieto, angustioso o desesperado, te levanta la falda. Y te alejas de él en verano, su dolor te hace infeliz, llovizna que desgaja ramas y hojas. Con ternura yo quisiera haberte visto, las veces que no puedes escapártele... y deposita en tu cuerpo sus lágrimas. 

Hay noches en que se queda dormido a un lado tuyo, le he pedido la quietud de las cosas para no despertarte. Trabaja en no hacer ruido y despierta sin tu calor por las mañanas. Necesidad de tu alma grande, tu preciosísima humanidad, te busca. Te persigue hasta mis brazos cuando tengo la dicha de ti y, colérico, lanza lejos de tu mesa los papeles, porque me odia.

¿Yo? Te quiero tanto, no soy insensible. Siento celos de él, le tengo envidia. No poder ser como él me enferma: ah, quién fuera el aire que sabe todo de ti, el aire que desde niña te ha visto en tu casa.

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