Cuaderno de sentimientos diabólicos
varios, propios y ajenos,
en este constante pedalear por la vida...



27 abr 2012

La canción de fondo


Sonando bajito en repetidas ocasiones, me trajo consigo las noches en vela, de soledad iterada hasta la madrugada, que hoy son tiempo que se ha quedado atrás. Recuerdos de soledad corriendo alguna calle en algún barrio a las 5 de la mañana, soledad en la azotea del departamento en el que vivía Ulises, Rubén solitario atento a la luna a la puerta de una casa con techo de lámina… soledad compartida con la rotweiler en el cuarto de servicio de la casa de mi tía o en el techo de doña Ernestina, en las habitaciones en obra negra de la casa en la colonia Hidalgo o en las calles del bajo Santo Domingo, de noche, recién había llovido. Soledad, doña soledad, en la ventana de mi cuarto de Copilco, abatido por un trabajo que no quería seguir haciendo. Llanto desconsolado en una casa oscura porque no se me permitió seguir en la universidad un sueño o la certeza de que dejaría de asistir a Ciudad Universitaria mientras daban, de madrugada, las seis. Soledad como dolor de estómago, como sabor de pan, soledad una noche alta con varicela en que la calentura cedió y me posé a la ventana de la calle, enfermo, tremendamente sólo, estúpidamente libre. Una parte de mi vida, días en su mayoría tristes, otros en paz, todos a solas… en la Ciudad de México.

¡Cuánto tiempo ha pasado!, ¡cómo es que ahora estoy aquí! El pensamiento se abstrae de sí mismo, como perro loco guardián: se desconoce… y me hace caminar los empedrados de todos los días en esta ciudad chiquita, los de mi calle (tu calle, mi cielo) como si fuera la primera vez.

Ésta, la confesión de hoy: hace mucho tiempo que no despertaba, como ahora, de madrugada, recobrando rápidamente la vigila, la lucidez de los ojos abiertos, su extravío en la oscuridad, sintiendo extrañamiento de las formas que tienen mis objetos (las mesas y los libros, los papeles y la ropa) en la tenue luz de los faroles, desde mi cama, de madrugada, creyendo que son de otro que no soy yo en ese instante, del otro yo para el que soy desconocido.

Estos pensamientos me levantaron a escribir. Hoy, despertar de frío que no es de noche ni de mañana, estuve a punto de sentir tristeza, una buena dosis de melancolía, quizás compasión, como las noches en la gran ciudad. La maldita canción de fondo. Pero, pese a que la música de Ennio Morricone me destapó baúles, no he sentido pesar (el tiempo, me deleito en pensar, le habrá hecho trizas). Y estoy igual de sólo… y he vuelto a mirar las formas grises de las cosas… y es como si mi mente supiera, tan sólo, que hubo tiempo triste atrás, fuego que me quemó para purificar pero que se ha apagado. Advierto el tiempo mío y a solas que se quedó allá, que le dio significado a lugares que ahora nada son sin mí. Ya no siento ninguna tristeza, ningún sentimiento negativo. Por tanto, no deseo decir, sobre ello, nada más. 

Al contrario, me alegro, me siento agradecido… con la vida y con mi propio trabajo, con mis padres y los muchos y oportunos (muy oportunos) amigos. Me siento en deuda. Porque no siempre surge en la vida una segunda oportunidad… y yo, con trabajo y sin enfermedad, puedo decir en verdad: yo la tengo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escriba aquí sus opiniones.