Cuaderno de sentimientos diabólicos
varios, propios y ajenos,
en este constante pedalear por la vida...



23 oct 2012

Están arreglando la calle

Los libros y la oficina no son la realidad, no un pizarrón, mi trabajo ni el desvelo... la pobreza de mi espíritu, el abandono en el que me he puesto, ni el pájaro que desde temprano se mece en el árbol de la izquierda. No lo son el color de esta casa que no es la mía, ni la gata ni la ventana, no este extraño sol de octubre. Ni siquiera lo son las románticas espigas del pasto ni mi corazón palpitante. Es la calle. La calle que descansa en los ojos, con su glorieta y sus hombres llenos de grasa de automóvil en los talleres, el señor de overol empolvado (¿un minero?) encendiendo su cigarro y clavando en mis ojos los suyos sin mirarme. Los murmullos mutados en gritos de los niños de la primaria por la que uno pasa. Las señoras que preguntan por los requisitos a las maestras y en las que mis esperanzas me hacen verme años más adelante. El ronronear gigantezco del camión que lleva concreto fresco... los empedrados que recién se elaboran, el "reventón" para fijar las pautas del nuevo pavimento... las carnicerías y sus moscas, las frutas en los estantes... la tortillería en que estoy, con su letrero de "se solicita muchacha", y la nueva dependienta que aún no aprende a despachar con habilidad. El olor de las tiendas de plástico, las señoras que limpian las banquetas. El viento omnipotente levantando los manteles.

Tanta realidad por los ojos. El vicio de pensarlo todo. La lechada de concreto sobre el empedrado y me siento culpable de haber despertado tarde, entre tanta gente que trabaja. El cigarro suelto que acabo de comprar y el señor de la tienda que seguramente abrió temprano. Tu mamá y su tienda de abarrotes. Tu cuñado y el albañil que guía a la máquina que tira el cemento por los canales. ¡Mi mente arrastrada!, inoportuna, haciéndome sentir como gota de agua en aceite caliente... Ya no había pensado en tí, que como yo, vienes de un pueblo sencillo, en que mis padres también alimentaron mi boca de un oficio honrado y humilde, como los tuyos... en que a ratos no nos queda el andar orgulloso... que no va contigo tanta maldita soberbia. Tú y yo, mujer, pertenecemos a un pueblo pobre, a una calle como ésta... ¡Con una chingada!, de ahí venimos. ¿Por qué, pues, tanto desgraciado orgullo?, ¿por qué no un poquito de humildad?

Regresando a casa hay que encender el tabaco, beber el café... sentirse afortunado con lo que se tiene, ser agradecido con el oficio que uno eligió, cultivarlo después de desayunar... seguir con la vida. La vida, mujer, que es la realidad y se impone (a nosotros se nos impuso la nuestra)... esta bicicleta en la que hay que seguir caminando, para no caerse.

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